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Por qué reaccionas tan fuerte a ciertas cosas: Cómo tu infancia moldea tus valores y hábitos mentales

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Por qué reaccionas tan fuerte a ciertas cosas: Cómo tu infancia moldea tus valores y hábitos mentales


Introducción

¿Alguna vez te has preguntado por qué ciertas situaciones —como un fuerte ronquido, un ruido nocturno o un comportamiento descortés— te irritan tanto, mientras otros parecen no inmutarse?

La respuesta suele encontrarse no en el presente, sino en los valores y creencias que absorbiste inconscientemente durante tu infancia. En este artículo descubrirás cómo esas impresiones tempranas siguen guiando tus reacciones hoy y qué puedes hacer para recuperar tu tranquilidad interior.


La infancia: el origen de nuestros valores

Cuando somos niños, dependemos por completo de nuestros cuidadores para sobrevivir: nos alimentan, nos protegen y nos brindan seguridad. Sus palabras y reglas se convierten para nosotros en leyes de vida inquebrantables:

  • “Por la noche debes estar en silencio o molestarás a los vecinos.”

  • “Sé considerado con los demás.”

  • “No hagas tanto ruido, es de mala educación.”

Para un niño, estas indicaciones no son simples consejos, sino condiciones para recibir afecto y protección. Con cada repetición, se graban en nuestro cerebro como “verdades absolutas”:
“Silencio = bueno”, “ruido = malo”.


Las “reglas evidentes” en la adultez

Cuando llegamos a la adultez, muchas de esas reglas siguen operando en nuestro interior, aunque ya no dependamos de nuestros padres.

Imagina que compartes habitación de hotel con un colega que ronca muy fuerte. Inmediatamente sientes molestia:
“¡No puedo dormir! ¡Qué falta de consideración!”

Sin embargo, otras personas pueden dormir plácidamente en esa misma habitación, simplemente porque no consideran el ruido como algo negativo. Lo aceptan como parte del ambiente, sin etiquetarlo.


El estrés surge de la resistencia

¿De dónde proviene entonces el malestar?
El estrés no nace de la situación externa, sino de la resistencia interna que opones a lo que está sucediendo.

  • Tu expectativa: “De noche debe reinar el silencio.”

  • La realidad: hay un ronquido.

Cuando tu creencia choca con la realidad, se genera tensión emocional y corporal. Pero si sueltas la expectativa —“La noche puede tener ruido”— el estrés desaparece, incluso si el ronquido persiste.


Un ejercicio sencillo para soltar la resistencia

Para cultivar la calma, te propongo esta práctica:

  1. Escucha sin juzgar
    Percibe el sonido sin añadir etiquetas de “bueno” o “malo”.

  2. Observa tu reacción
    Nota si tu cuerpo se tensa o tu respiración se vuelve superficial.

  3. Respira profundamente
    Inhala y exhala de forma consciente, relajando cuerpo y mente.

  4. Acepta el momento
    Repítete: “Así es ahora, y está bien así.”

Al repetir este ejercicio, la rigidez interna se aflojará y tu mente hallará reposo, incluso en medio del ruido.


Revisa tu propia “historia”

“La gente ronca y por eso no duermo.”
¿Es esa la verdad absoluta? O, más bien, ¿llevas dentro la convicción de que el silencio absoluto es imprescindible?

Reconoce tus creencias heredadas como lo que son: relatos que te fueron transmitidos, no necesariamente tuyos. Al cuestionarlos y liberarte de ellos, el sonido se convierte en un simple fondo, sin cargas emocionales.


Conclusión: cultiva la paz interior, no el silencio externo

La verdadera serenidad no proviene de un entorno perfecto, sino de tu actitud interna.

La próxima vez que un ruido te incomode, pregúntate:

“¿Es esto realmente un problema, o soy yo quien lo convierte en uno?”

Este cambio de perspectiva puede ser la llave que abra la puerta a una vida más libre y sosegada. Porque, al fin y al cabo, no es el mundo el que debe hacerse más silencioso, sino tu mente la que aprende a encontrar paz.

  • B!